miércoles, 1 de mayo de 2013

SASHA MARCELA


SASHA MARCELA


Sasha  llegó por la noche de un hermoso día de primavera. Yo estaba dormida, así que no me enteré. Al amanecer desayuno, pan, escuela… y de repente Raiza me dice: ha llegado un nuevo miembro de la familia, se llama Sasha. ¡Qué! ¿Aumentó la familia? ¿Dónde está? Corriendo llegué a verla. Mejor no me acerco, me da miedo. Deber ser agresiva, violenta. Mamá y Raiza también le temían, no estaban conforme con su presencia en casa. Papá estaba con ella, le sostenía la cara, limpiaba sus ojos y le decía: No temas Sasha, pronto te conocerán mejor, te querrán y serás parte importante de la familia.

Y así fue. Con los días conocí, mejor dicho, nos conocimos mejor con Sasha, era muy buena, noble y complaciente. Cometí el error de prejuzgarla por la apariencia. ¡Que equivocada estaba! Nos hicimos grandes amigas, me equivoco, grandes hermanas. Para mamá era la más bella de sus hijas; para papá, su hija preferida; para mi hermana, su engreída; y para mí, la fiel hermana que acompañó mis pasos de niña a adolescente. Al regreso del colegio nos esperaba en la ventana, parada, luciendo su medio cuerpo. Al mirarnos entrar por las rejas, se alegraba, nos saludaba, parecía querer saltar para llegar a nosotras. Ya en casa, nos bañaba a besos y Raiza que cuidado el uniforme, tu no lavas, mamá se va a molestar, riéndonos nos tirábamos a piso. Como de costumbre buscaba mi mochila, sabía que siempre le guardaba un pedazo de sándwich que me preparaban para llevar a clase. Ella lo sabía, jalaba mi mochila hasta que le dé su pan. Luego del almuerzo se echaba con Raiza en el sillón y miraban novelas: que Camila y Daniel son primos, que Alonso… reían y lloraban al son de la historia. Al atardecer me buscaba en la biblioteca, sentada a mi costado escuchaba lo que había aprendido en el colegio. Si pedía ayuda al estudiar para los exámenes, todos estaban ocupados, menos Sasha. Repasábamos sobre los faraones, la independencia, las guerras mundiales… Siempre atenta, escuchándome y dándome un  beso por mis aciertos. Llegado el manto nocturno, mamá la llamaba por su nombre completo: SASHA MARCELA. Ella volteaba e iba corriendo a  su encuentro, la abrazaba y en su idioma le decía “te quiero”. A la hora del noticiero llegaba papá, era fiesta. No le gustaba que interrumpamos cuando saludaba al “viejo”, con su enorme cuerpo y mirada seria impedía que saludemos a papá. Antes de dormir nuestro padre paseaba con ella, lo hacía a esa hora para que la gente no se asuste. Regresaban sudando luego de jugar en el parque;  algunas veces papá llegaba con heridas en los brazos y en ocasiones con el polo roto. Mirando a  mamá decía: no es nada, son caricias de mi hija.

Luego de dos años juntos, Sasha quedó embarazada, todos nos emocionamos, vitaminas, su control, cuidado y mucho amor hasta que tuvo a sus hijos. Nacieron once, once hermosos bebés. Por desgracia Sasha enfermó de mastitis;  por su tratamiento con abundante antibiótico, no pudo dar de lactar a sus hijos. El amor y paciencia logró salvar a seis de sus hijos. Pronto crecieron y empezaron a irse, primero se fue Renatto Junior, luego Sashenka, al final, con mucha pena vimos partir a Vini.

Recuperada ya de su mal, volvió a engordar, a estar llena de vida como siempre. La casa volvió a la normalidad, volvimos a ser cinco. Mi familia de cinco. Hasta que un día algo pasó. No se levantó, se quedó en cama, con apuro todos salían de casa, unos al colegio, otros al trabajo. Ya al regreso veremos que tiene dijo papá. Padre mío, que no sea nada grave, bendice a mi hermana. Al regreso del colegio nadie nos esperó en la ventana, Raiza vio sola la novela y yo hice mi tarea sin su compañía. Mamá dijo que tenía un dedo muy hinchado, tenía manchas de sangre. “Papá ya lo sabe, habló con Juan de Dios, va a atender a Sasha por la noche cuando regrese papá”.

Regresó casi a las once, todos esperando. Tú eres bueno diosito, sashita se va a mejorar y yo voy a ir a la sacramental todos los domingos. “Sasha tiene un tumor” dijo papá. Todos nos miramos y mamá derramó una lágrima. Papá  explicó que tenía que ser revisada por un especialista para determinar si era maligno o benigno. Al día siguiente era su cita. Llegó el taxi para llevarla a Lima, Raiza y yo habíamos faltado para despedirnos, la besamos como si fuera la última vez, ella nos sonrió. Ya no voy a molestarme porque ensucias mi uniforme, todo el sándwich será para ti, pero mejora hermana. Papá regresó contento, era un tumor benigno, había que amputarle el dedo, buena medicina, abundante alimento, unos días de recuperación y con eso todo terminaba. Al tercer día fue operada, el doctor salió y levantó el dedo en señal de triunfo. Todos gritamos, todos nos abrazamos: yo de la cintura de mamá, Raiza del cuello de mamá, ella con un brazo nos sostenía y con el otro abrazaba a papá y nuestro padre hacía esfuerzos para que sus dos brazos alcancen a todos, a toda la familia.

Al día siguiente ya estaba en casa,   a la semana ya camina con cierta normalidad. Y todo volvió a ser como antes. Ya los malos tiempos han pasado, decía mamá. Hasta que una noche Sasha se puso a llorar, mamá fue a verla y llamó ¡Renato, Renato! Todo fuimos  corriendo. Le habían brotado varios tumores en diversa partes del cuerpo. Hablamos con Juan de Dios, quien dijo que era urgente una consulta para ver la gravedad “8:00 de la mañana en mi consultorio”. Papá le dio calmantes que usó mi abuelita. Pedimos permiso a mamá para faltar a clases y acompañar a Sashita, una familia no puede separase en esos momentos. El doctor tomo mi hombro mirando a papá. “Roxette, Rosita, Raiza esto  no es bueno. El tumor se ha ramificado a todo el cuerpo”. La lección era nuestra: tenerla así, con sufrimiento o sacrificarla. Raiza pidió hacer una oración familiar, de rodillas, unido de manos y corazón pedimos bendiciones a nuestro creador. Luego decidimos estar con ella hasta el final. Por medio de un amigo papá consiguió pastillas para enfermos de cáncer terminal; así Sasha estaba más tranquila, con menos dolor. El viernes, llegando del colegio me acerqué a saludar a mi buena Sasha y un líquido pestilente le brotaba del cuerpo. Llamamos a papá para llevarla al doctor, al momento de su partida, la abracé con fuerza y lloré, ella me lamió la oreja apoyando su pata en mi hombro, Raiza  nos abrazó fuertemente y sus ojos se bañaron de cristal líquido. Mamá parada, con su correaje, en silencio lloraba; “hija, hijita mía sabes que te amamos, perdónanos, es lo mejor”. Teníamos que sacrificarla pues el cáncer se había generalizado a todo  su cuerpo. Llegó el taxi, todos temblamos,  vimos como su cuerpo marrón de  traje muy grande, sus sesenta kilos, su rostro de tiernos pliegues y ojos llorosos eran cargados por mi padre y el taxista. Ese taxi se llevaba una parte de  nuestro corazón y toda nuestra alegría. Al levantar la mano de despedida, con ojos nublados vi por primera vez llorar a mi padre.

Adios, Sasha forever.

No hay comentarios:

Publicar un comentario