SASHA MARCELA
Sasha llegó por
la noche de un hermoso día de primavera. Yo estaba dormida, así que no me
enteré. Al amanecer desayuno, pan, escuela… y de repente Raiza me dice: ha
llegado un nuevo miembro de la familia, se llama Sasha. ¡Qué! ¿Aumentó la
familia? ¿Dónde está? Corriendo llegué a verla. Mejor no me acerco, me da
miedo. Deber ser agresiva, violenta. Mamá y Raiza también le temían, no estaban
conforme con su presencia en casa. Papá estaba con ella, le sostenía la cara,
limpiaba sus ojos y le decía: No temas Sasha, pronto te conocerán mejor, te
querrán y serás parte importante de la familia.
Y así fue. Con los días conocí, mejor dicho, nos
conocimos mejor con Sasha, era muy buena, noble y complaciente. Cometí el error
de prejuzgarla por la apariencia. ¡Que equivocada estaba! Nos hicimos grandes amigas,
me equivoco, grandes hermanas. Para mamá era la más bella de sus hijas; para
papá, su hija preferida; para mi hermana, su engreída; y para mí, la fiel
hermana que acompañó mis pasos de niña a adolescente. Al regreso del colegio
nos esperaba en la ventana, parada, luciendo su medio cuerpo. Al mirarnos
entrar por las rejas, se alegraba, nos saludaba, parecía querer saltar para
llegar a nosotras. Ya en casa, nos bañaba a besos y Raiza que cuidado el
uniforme, tu no lavas, mamá se va a molestar, riéndonos nos tirábamos a piso.
Como de costumbre buscaba mi mochila, sabía que siempre le guardaba un pedazo
de sándwich que me preparaban para llevar a clase. Ella lo sabía, jalaba mi
mochila hasta que le dé su pan. Luego del almuerzo se echaba con Raiza en el
sillón y miraban novelas: que Camila y Daniel son primos, que Alonso… reían y
lloraban al son de la historia. Al atardecer me buscaba en la biblioteca,
sentada a mi costado escuchaba lo que había aprendido en el colegio. Si pedía
ayuda al estudiar para los exámenes, todos estaban ocupados, menos Sasha.
Repasábamos sobre los faraones, la independencia, las guerras mundiales…
Siempre atenta, escuchándome y dándome un
beso por mis aciertos. Llegado el manto nocturno, mamá la llamaba por su
nombre completo: SASHA MARCELA. Ella volteaba e iba corriendo a su encuentro, la abrazaba y en su idioma le
decía “te quiero”. A la hora del noticiero llegaba papá, era fiesta. No le gustaba
que interrumpamos cuando saludaba al “viejo”, con su enorme cuerpo y mirada
seria impedía que saludemos a papá. Antes de dormir nuestro padre paseaba con
ella, lo hacía a esa hora para que la gente no se asuste. Regresaban sudando luego
de jugar en el parque; algunas veces
papá llegaba con heridas en los brazos y en ocasiones con el polo roto. Mirando
a mamá decía: no es nada, son caricias
de mi hija.
Luego de dos años juntos, Sasha quedó embarazada,
todos nos emocionamos, vitaminas, su control, cuidado y mucho amor hasta que
tuvo a sus hijos. Nacieron once, once hermosos bebés. Por desgracia Sasha
enfermó de mastitis; por su tratamiento con
abundante antibiótico, no pudo dar de lactar a sus hijos. El amor y paciencia
logró salvar a seis de sus hijos. Pronto crecieron y empezaron a irse, primero
se fue Renatto Junior, luego Sashenka, al final, con mucha pena vimos partir a
Vini.
Recuperada ya de su mal, volvió a engordar, a estar
llena de vida como siempre. La casa volvió a la normalidad, volvimos a ser
cinco. Mi familia de cinco. Hasta que un día algo pasó. No se levantó, se quedó
en cama, con apuro todos salían de casa, unos al colegio, otros al trabajo. Ya
al regreso veremos que tiene dijo papá. Padre mío, que no sea nada grave,
bendice a mi hermana. Al regreso del colegio nadie nos esperó en la ventana,
Raiza vio sola la novela y yo hice mi tarea sin su compañía. Mamá dijo que
tenía un dedo muy hinchado, tenía manchas de sangre. “Papá ya lo sabe, habló
con Juan de Dios, va a atender a Sasha por la noche cuando regrese papá”.
Regresó casi a las once, todos esperando. Tú eres
bueno diosito, sashita se va a mejorar y yo voy a ir a la sacramental todos los
domingos. “Sasha tiene un tumor” dijo papá. Todos nos miramos y mamá derramó
una lágrima. Papá explicó que tenía que
ser revisada por un especialista para determinar si era maligno o benigno. Al día
siguiente era su cita. Llegó el taxi para llevarla a Lima, Raiza y yo habíamos
faltado para despedirnos, la besamos como si fuera la última vez, ella nos
sonrió. Ya no voy a molestarme porque ensucias mi uniforme, todo el sándwich
será para ti, pero mejora hermana. Papá regresó contento, era un tumor benigno,
había que amputarle el dedo, buena medicina, abundante alimento, unos días de
recuperación y con eso todo terminaba. Al tercer día fue operada, el doctor
salió y levantó el dedo en señal de triunfo. Todos gritamos, todos nos
abrazamos: yo de la cintura de mamá, Raiza del cuello de mamá, ella con un
brazo nos sostenía y con el otro abrazaba a papá y nuestro padre hacía
esfuerzos para que sus dos brazos alcancen a todos, a toda la familia.
Al día siguiente ya estaba en casa, a la
semana ya camina con cierta normalidad. Y todo volvió a ser como antes. Ya los
malos tiempos han pasado, decía mamá. Hasta que una noche Sasha se puso a
llorar, mamá fue a verla y llamó ¡Renato, Renato! Todo fuimos corriendo. Le habían brotado varios tumores
en diversa partes del cuerpo. Hablamos con Juan de Dios, quien dijo que era
urgente una consulta para ver la gravedad “8:00 de la mañana en mi
consultorio”. Papá le dio calmantes que usó mi abuelita. Pedimos permiso a mamá
para faltar a clases y acompañar a Sashita, una familia no puede separase en
esos momentos. El doctor tomo mi hombro mirando a papá. “Roxette, Rosita, Raiza
esto no es bueno. El tumor se ha
ramificado a todo el cuerpo”. La lección era nuestra: tenerla así, con sufrimiento
o sacrificarla. Raiza pidió hacer una oración familiar, de rodillas, unido de
manos y corazón pedimos bendiciones a nuestro creador. Luego decidimos estar
con ella hasta el final. Por medio de un amigo papá consiguió pastillas para
enfermos de cáncer terminal; así Sasha estaba más tranquila, con menos dolor. El
viernes, llegando del colegio me acerqué a saludar a mi buena Sasha y un
líquido pestilente le brotaba del cuerpo. Llamamos a papá para llevarla al
doctor, al momento de su partida, la abracé con fuerza y lloré, ella me lamió
la oreja apoyando su pata en mi hombro, Raiza
nos abrazó fuertemente y sus ojos se bañaron de cristal líquido. Mamá
parada, con su correaje, en silencio lloraba; “hija, hijita mía sabes que te
amamos, perdónanos, es lo mejor”. Teníamos que sacrificarla pues el cáncer se
había generalizado a todo su cuerpo.
Llegó el taxi, todos temblamos, vimos
como su cuerpo marrón de traje muy
grande, sus sesenta kilos, su rostro de tiernos pliegues y ojos llorosos eran
cargados por mi padre y el taxista. Ese taxi se llevaba una parte de nuestro corazón y toda nuestra alegría. Al
levantar la mano de despedida, con ojos nublados vi por primera vez llorar a mi
padre.
Adios, Sasha forever.
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