domingo, 26 de abril de 2020

LA VISITA
Repentinamente se abre la puerta del cuarto, asustado me levanto intentando no despertar a rosita. Renato, Renato escucho en la oscuridad, una voz que no suena conocida, pero evoca el ayer. Prendo la luz de la lámpara, veo tres figuras que en segundos reconozco: tío Leoncio, tía Juana y Mamá. ¡Qué, mamá! Rosita despierta, - señora - de un brinco se pone de pie, abraza a mamá. Ella imperturbable solo nos mira. Hijo – dice el tío Leoncio - muéstrame los papeles del terreno. ¡Terreno, qué terreno! Estos son los papeles – exclama rosita – sacando diligentemente del velador algunos documentos. Los lee atentamente, levanta la mirada dirigiéndola a mama: Rosa, han fraguado documentos para apoderase del terreno. - Leo tú los conoces, habla con ellos, diles que es tu sobrino, que dejen de molestar a la familia – expresa tía Juana.

Mamá parada al frente de la cama, debajo de la televisión me mira tiernamente, sonríe. Me acerco, la abrazo. ¡Es mamá, sí es mamá! Ella como siempre inclina mi cabeza y susurra al oído – invítame una taza de café. Vamos al comedor –digo. – Esta bien acá. Raudo voy a la cocina, subo con dos tazas de café – rosita ayúdame con las demás tazas; y mis tíos. – Ya se fueron. – Mamá siéntate en esa silla o sino en la cama. – Está bien así, sostén un momento la taza. De su bolso que tenía en la mano izquierda saca un táper, lo abre, extiende la mano y nos ofrece una cachanga a cada uno. – Cómelo, lo he preparado para ti. Aún está tibio, cómelo entes que se enfríe. Lo tomo y lo llevo a la boca, su aroma me recuerda a esas tardes en la que amasaba la harina con habilidad de artista, le daba forma y a la sartén. Un manjar que mi paladar no ha olvidado. Le doy un mordisco, ese sabor exquisito tan ligado a mamá, tan ligado a mi y a la vida familiar. Mastico, el sabor recorre mi cuerpo, mi memoria se aviva, recuerda los días felices en Progreso. Keta jugando con su cocina y ollas; Raúl, Neyer y yo en la lucha libre con las máscaras que había mandado María. David, cargado por mamá que llama – ¡vengan, hora de almorzar, ya pronto llega papá!- Sentados en esa mesa gigante, hablando de miles de cosas, comiendo apuradamente para seguir jugando, siempre juntos. La memoria me lleva a Julio C. Tello, estamos jugando un partido de fulbito, mamá pachita observa sentada en el dintel de su puerta. En ese repentino viaje llego a la cuadra cuatro de Huancavelica, al Ministerio de Pesquería donde nuestro mundo fue haciéndose más consiente. El hospital la morgue, la funeraria en la que jugábamos, aunque yo tenía mucho miedo. La calle Real y la tiendas que tanto me deslumbraba; la feria y todos sus productos.

Despierto de mis recuerdos, - ¡Y mi mamá!. – Ya se fue – exclama rosita. Dice que acabes tu cachanga, quiere que te cuides, que te abrigues y no te desveles. Sabes, dijo que siempre te ve y cuida aunque tú no la veas. Te extraña y esperará el tiempo que sea necesario para que vuelvan a vivir juntos. Que es muy triste tener que irse. Prometió que cualquier día vuelve a hacernos una visita.

Maldito, Maldito yo que por encerrarme en mis recuerdos no pude disfrutar de tu visita; de besarte tiernamente; de abrazarte con hambre de amor materno; de sostener tu mano, esa mano que me fortaleció, cobijó y abrigó; de susurrar a tu oído lo mucho que te amo y extraño. Ya no cerraré la puerta del cuarto para que cuando tu vengas ingreses fácilmente, tendré un termo con café esperándote, colocaré una mesa y dos sillas para sentarnos y charlar, tengo tanto que contarte. Te esperaré madre, todas las noches esperaré tu amorosa visita. Si no llegas iré a buscarte, iré a visitarte. ¡Encontraré el camino!

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