TRECE AÑOS
No me diste cátedra
verbal, no compartiste teorías sobre la familia; la fuerza de tus actos nos
hizo conocer su significado. Le quitabas tiempo al trabajo, esperabas con
ansias las horas de refrigerio para llegar a casa, sentarnos alrededor de la
mesa, almorzar todos juntos, conversar de muchos temas, pueriles a la luz del
tiempo; fenomenales en el momento.
No tenías libros de autoayuda ni líneas telefónicas de soporte que te
sensibilicen sobre la calidad de tiempo con la familia; siempre estuviste ahí
cuando necesitábamos de ti. Domingos maravillosos, almuerzo en la mesa grande,
luego cine. Recuerdo pocas películas de aquella época; si recuerdo con
nostalgia esos momentos, alborotados y felices mis hermanos y yo llegábamos al cine, trataba de estar los más cerca de ti pues la luz apagada del cine me
daba mucho miedo, sentado al costado tuyo sabía que nada podía pasar.
En un mundo machista de inicio de los setenta no había apologéticos de la
familia perfecta, nadie decía “no escondas tu cariño… crea un ambiente de amor…”;
mas tú he hablabas del amor que tenías por mí, con palabras emocionadas
dibujabas mi futuro, “serás militar, así como Velazco, el Perú necesita hombres
de verdad”. Cuando todos nuestros amigos tenían su carruaje con rodajes,
escondías tu cansancio, te encerrabas en tu viejo cuarto – taller y trabajabas
por horas y días. Para ti debía ser sorpresa. En tu ausencia sacábamos la
llave, mirábamos en el taller: un día maderas; al siguiente, cortadas
simétricamente; después, clavadas y atornilladas, rodajes, timón…. Era nuestro
coche que con esfuerzo construías atardecer tras atardecer.
La fuerza de tus actos hace imperecedero tus silenciosas enseñanzas,
trabajador infatigable, en vacaciones buscabas nuevo trabajo y así tener
mejoras en la familia. Un día dijiste, ya en Chosica: “no es cierto que los
hombres sean iguales, hay de dos tipos, los ociosos y los trabajadores”. Cuánta
razón tenías.
Solo trece años estuviste en mi vida, los suficiente para marcarla como
hombre de bien. Lo aprendido de tus actos y palabras para bien de la familia
intento reproducirlas en mi familia. Hace cuarenta años partiste instalando la tristeza
en nuestros corazones, tu recuerdo, tus enseñanzas fueron y son el peto
protector en vientos y tempestades.
Si te he defraudado al no ser militar, comprende que fui en busca de mi
propio sueño. Cuando llegue el día y nos volvamos a ver, tenlo por seguro, no agacharé la cabeza
avergonzado de haberte avergonzado; Te miraré fijamente, diré que he realizado
mi mejor esfuerzo en ser buen esposo y buena padre, ¡tarea cumplida! Para luego
fundirnos en un abrazo eterno.
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